Programa completo: https://el-cantar-en-la-memoria.mixlr.com/recordings/2098653.

Texto: Re(x)istencias. / El Cantar en la Memoria.

20 de abril. La Ciudad de México, aún llamada Distrito Federal, amanecía con la noticia de que a las 00:00 horas de ese día la Asamblea Estudiantil Universitaria de la UNAM se constituía en Consejo General de Huelga y que con ello se daba por iniciada la huelga estudiantil más larga en la historia de la Universidad Nacional Autónoma de México, en forma de una larga huelga plebeya entre siglos.

Que fue larga, ha sido un adjetivo que nadie, ni entonces ni ahora, ha podido regatearle al movimiento estudiantil de 1999-2000: las matemáticas no se los permite. Que fue huelga, ha sido un sustantivo que desde los distintos grupos del poder de arriba que estuvieron en su contra siempre le escatimaron queriéndola llamar sólo “paro”, desde Rectoría hasta el mayor promotor del neoliberalismo en México, que despachaba en la Presidencia de la República, y sus amos en el Consejo Coordinador Empresarial y la Confederación Patronal de la República Mexicana (Coparmex), pasando por sus testaferros en los medios de (in)comunicación y en una claudicante y edulcorada izquierda desgobernante en la capital del país. Y, que fue plebeya es algo que a casi 25 años a algunas y algunos les sigue provocando urticaria en la epidermis de su corrección política pequeñoburguesa, y a otras y otros nos sigue causando un orgullo de clase que se nos desborda en la mirada y las sonrisas de constatar que, pese a todo, ganamos.

Ganamos, sí, porque la huelga universitaria de 99-00 no hubiera, ya no digamos durado casi 10 meses, sino puesto en jaque a las cúpulas de la clase política, económica, cultural y religiosa de México si junto a aquellas y aquellos jóvenes no hubieran caminado sus amigos y familiares, las y los estudiantes de otras escuelas de educación media, media superior y superior del país que veían en la huelga dentro de la máxima casa de estudios un ejemplo y un faro a seguir, las y los trabajadores de la ciudad que en su lucha contra la privatización de la educación superior vieron reflejadas sus propias luchas por mejores condiciones de vida para sus hijas e hijos, las y los profesores, académicos y trabajadores administrativos que a pesar de las presiones internas y externas mantuvieron su apoyo al CGH, las y los trabajadores del arte y la cultura que no fueron cómplices de la canalla que firmó el espaldarazo para que los militares, disfrazados de policías federales, violentaran la autonomía universitaria como no lo habían hecho desde 1968, y, como compañeras y compañeros de camino indiscutibles, las comunidades y pueblos zapatistas que al cierre de 1993, en coherencia con acuerdos asumidos a principios de ese mismo año, habían dicho fuerte y claro un “¡Ya basta!” del que aquellos jóvenes se estaban haciendo eco como había que hacerlo: tejiendo su propia lucha.

Ganamos, sí, porque a pesar de que ninguno de aquellos cinco puntos del pliego petitorio inicial se hayan cumplido a cabalidad, a saber: abrogación del Reglamento General de Pagos, derogación de las contrarreformas de 1997 relativas a la permanencia y el pase automático, celebración de un Congreso Universitario cuyos resolutivos fueran asumidos por el Consejo Universitario, recuperación de los días perdidos por la huelga y compromiso de las autoridades de no proceder legalmente contra las y los huelguistas, y a pesar de que tampoco se haya cumplido el sexto punto que se agregaría después, muy pronto, de rompimiento de todo vínculo entre la UNAM y el Centro Nacional de Evaluación (CENEVAL); al cumplirse 20 años de aquella experiencia de lucha en 2019, que a veces se sintetiza con la consigna: “¡Cuotas no!”, más de un millón de jóvenes mexicanas y mexicanos habían podido pasar por las aulas, bibliotecas, salas de cómputo, laboratorios, auditorios, anfiteatros, museos, canchas deportivas y salas de concierto, danza, cine y teatro de la UNAM en las siguientes dos décadas; más de un millón que, de haberse consolidado el “Plan Barnés”, que en el colmo de la burla el defenestrado exrector intituló como Sociedad solidaria, universidad responsable, simplemente no hubieran podido haberlo hecho.

Como escribiera Sandra Romero en 2016, el cegeachero promedio era consciente de que la nuez del problema no eran sólo las cuotas; sino, las políticas neoliberales implementadas durante por lo menos las administraciones de Salinas y Zedillo tras la firma de un Tratado de Libre Comercio que dictaba políticas educativas destinadas a integrar la educación a un mercado “competitivo” y desligarla de las responsabilidades del Estado, acorde con un dizque modelo de apertura económica basado en privatización de empresas públicas, desregulación de mercados, descentralización de paraestatales y universidades públicas y privatización de los servicios sociales. Así, el CGH se dio a la labor de discutir en asambleas de miles de estudiantes el trasfondo de la política de Rectoría y de Ernesto Zedillo, y exigió al gobierno federal mayor presupuesto para la educación; en su pliego petitorio ponían tras las cuerdas las reformas impuestas no sólo por Francisco Barnés; sino, también por José Sarukhan y Jorge Carpizo.

Marcela Meneses Reyes reconoce al movimiento estudiatil de 99-2000 como distinto a cualquier otro, en el sentido de que el CGH trató de apartarse lo más posible de los movimientos estudiantiles anteriores porque, argumentaba, su único destino fue servir como terreno para la cooptación de líderes y cuadros políticos para las estructuras institucionales de los partidos y del aparato gubernamental; el botón de muestra lo tenían en un PRD que terminó cooptando a los líderes estudiantiles de 1968 y 1986. Para Alfredo Velarde, no sobra afirmar que la lucha del CGH coadyuvó en forma clara y rotunda al desnudamiento fáctico de todo el conjunto de miserias exhibidas sin rubores por el autoritario y antidemocrático sistema político presidencialista mexicano.

El tiempo es tirano, y esta cápsula no puede extenderse demasiado tratando de diseccionar un movimiento que amén de un cúmulo inconmensurable de experiencias nos dota de una gran cantidad de enseñanzas, que como las formas y los mecanismos de información y difusión de la huelga implementados por el CGH, entre las que se encuentra la creación de su propia radio: la Ke-Huelga, o como la creación y la construcción de alianzas con otros sectores, le sirvieron al CGH, como apunta Paola Martínez, para tejer un amplio espectro de apoyo hacia la huelga y, a partir de eso, dotarla del carácter masivo que le permitió sostenerse casi 10 meses y lograr mantener el carácter público y gratuito de la Universidad Nacional Autónoma de México.

¿Qué nos enseñó el movimiento de huelga de 99-2000 en la UNAM? Según Velarde, entre otras cosas, nos enseñó a identificar en el capitalismo y su expresión neoliberal de hoy, a un enemigo irreconciliable; nos enseñó la inevitable y necesaria crítica de la estructura de gobierno de la UNAM y del conjunto del sistema educativo del país a transformar democratizadoramente; también, que la defensa de la educación pública, gratuita y laica, científico-crítica, no nada más ha de librarse en la UNAM para triunfar, sino en todas partes; que la ética en la lucha se expresa si se vincula al conjunto en el destino de un movimiento que no puede ni debe claudicar y, en ese sentido, que resulta precisa la organización autónoma e independiente, para preservar la integridad y la corrección de una lucha, y que resulta imperativo confrontar al Estado para desenmascararlo, lo mismo que a sus gobiernos y autoridades, partidocráticas y “educativas”, en favor de una Universidad Crítica con autonomía, autogobierno y autogestión académica a desarrollar en las luchas por venir, pues, con aciertos y errores, eso hizo el CGH por la defensa social de la educación gratuita y pública, y eso, precisamente, es lo que debemos reconocerle en el presente y en las luchas por venir.