Por: Regina Pieck / Nexos.

Las estadísticas nos dicen, de manera más o menos clara, que la pobreza en Chiapas no ha disminuido en los últimos veinte años. Si acaso, se ha insinuado, las cosas han empeorado desde 1994 para el estado. Tres cosas son ciertas: ese año fue económicamente turbulento para el país, entró en vigor el TLCAN—que cambió significativamente las formas de producción y distribución de riqueza, sin beneficiar a las clases menos privilegiadas—y salió a la luz el zapatismo, que tenía poco más de diez años de haberse gestado, pero no había alcanzado la influencia y reconocimiento en Chiapas, México o el mundo que le dio el movimiento insurgente del primero de enero de 1994.

Puede ser que las medidas objetivas de pobreza—y la pobreza en realidad—no hayan mejorado en estos años. Sin embargo, los números no reflejan precisamente todos los aspectos que influyen en la de vida de las personas. (No nos muestran las percepciones de igualdad, los niveles de discriminación, ni la auto-percepción sobre la identidad social o racial de cada persona–¿cómo se mide la dignidad?) En este sentido, vale la pena preguntar: ¿qué sí ha mejorado como consecuencia del levantamiento de los zapatistas?

Petrona de la Cruz, dramaturga y actriz de origen tzotzil, cuenta cómo era abucheada e insultada, llamada prostituta, cada vez que se montaba en el escenario cuando empezó su carrera como actriz en los ochenta. Su compromiso con el arte y la catarsis emocional que representa el teatro para ella, le dieron fuerzas para continuar actuando y escribiendo a pesar del rechazo de su comunidad y otras en las que aparecía.

La aparición pública del zapatismo en 1994—del cuál Petrona nada sabía hasta ese entonces—revolucionó (sí, rápida y efectivamente) la percepción de las comunidades indígenas—y no indígenas—chiapanecas acerca del rol de las mujeres en la sociedad y en la familia. A partir de entonces, Petrona dejó de ser abucheada y acosada cada vez que iba a las comunidades y se subía a un escenario. La experiencia de vida de Petrona fue la que la hizo pensar diferente y reconocerse a sí misma como una mujer con dignidad y derechos; sin embargo, éste no es el caso de todas las chiapanecas, para quienes los gritos de los zapatistas por la dignidad y derechos de mujeres y hombres por igual representó un momento de toma de conciencia y de empoderamiento. Del mismo modo, se generó una toma de conciencia por parte de los hombres sobre su propio comportamiento hacia las mujeres.

Es verdad que las estructuras patriarcales de dominación y el machismo no se han erradicado, pero tampoco han desaparecido en la capital, ni en Occidente. No obstante, hay un cambio claro: en primer lugar, en las conciencias de los chiapanecos y de todos aquellos que se han acercado al zapatismo, y, en segundo lugar, en cambios concretos y visibles que han mejorado las condiciones de igualdad, como es el caso de Petrona. Lo más importante es que la toma de conciencia está dada; ya nadie puede maltratar, oprimir y discriminar a una mujer alegando ignorancia. Esto se debe específicamente al movimiento zapatista y sus declaraciones en favor de la dignidad de las mujeres.

Por otro lado, se encuentran personas como Andrés, o Tex, su nombre en tzotzil, que creció en las montañas de Chamula, y más tarde fue a la gran cuidad de San Cristóbal para estudiar antropología. Tex creció conociendo el contraste de sus tradiciones indígenas con las más ‘europeizadas’ de la ciudad, y sentía vergüenza por su origen indígena. Rechazaba su propia identidad, a pesar de que su madre y abuela le enseñaron con amor sus costumbres, y anhelaba ser asimilado. La revolución zapatista, según lo narra, dio un giro radical a esta perspectiva: por primera vez en su vida, Tex se sintió orgulloso de ser indígena y comenzó a reconectarse con las enseñanzas de sus ancestros. Hoy, hay pocas cosas que Tex disfrute tanto como enseñarle a quien se muestre interesad@ sobre la cultura maya, la cual estudió, además, a profundidad en su carrera. El orgullo que siente por su identidad llega hasta invitar a no-indígenas (e incluso a un estadounidense) a casa de su familia, y presentarlos con su madre y su abuela. La abuela, que no habla una palabra de español, recibe calurosamente a las visitas que le lleva su nieto, y les explica en tzotzil por qué su casa es más especial que las demás de la comunidad. “Ya no las hacen como ésta”, traduce Tex—el orgullo en la mirada de la señora no necesita traducciones-, “ahora usan lámina, que es un mal material: suena mucho con la lluvia, se calienta en verano y se enfría en invierno. Esta casa está hecha de adobe y el techo es de paja. La construyó su esposo, mi abuelo, con sus propias manos”. El suelo es de tierra y en medio hay una fogata. Los mayas tienen una conexión con la Tierra y el fuego, especialmente con el humo. Las sillas en las que se sientan los invitados, alrededor del fuego, son pequeñas: para estar cerca de la Tierra. La Tierra, el humo, las manos. Las personas de la ciudad no tenemos conexiones así con lo que nos rodea, ni con nuestras casas—difícil llamarlas hogares, después de conocer una así.

El zapatismo permitió a Tex, y a muchos como él, darse cuenta de que no eran inferiores por ser indígenas—como parecía que el resto de la sociedad lo pensaba; al contrario, han re-valorizado y re-significado sus orígenes, y ahora buscan perpetuarlos. Tex quiere aprender a hacer un techo de paja como el de su abuela, para construir una casa igual a la de ella cuando regrese a su comunidad.

Ejemplos como el de Tex y el de Petrona hay muchos. Basta con preguntar a l@s chiapanec@s al respecto. El zapatismo ha cambiado la percepción de l@s indígenas chiapanec@s sobre sí mismos, y de l@s demás sobre ell@s: les recordó que son personas dignas y con derecho a los mismos derechos que los demás, y l@s empoderó para exigirlos. Sin romantizar la pobreza, el zapatismo dio más que soluciones a la falta de recursos—lo cual no es su labor, sino del gobierno; fortaleció ideas que estaban ahí y mostró su superioridad frente a la visión neoliberal capitalista de Occidente. Los mayas creen en el equilibrio con la naturaleza, no en su posesión; creen en gobiernos horizontales, no jerárquicos (la palabra en tzotzil para líder significa, literalmente, “el que reúne” y maestro significa “el que te ayuda a aprender”—el lenguaje viene con una filosofía que nos vendría muy bien en Occidente); y agregó simultánea y poderosamente la igualdad de las mujeres en todos los aspectos. Es una filosofía completa y armónica, digna de ser revisada y estudiada por tod@s l@s mexican@s, y no de ser descalificada, como frecuentemente se hace. El zapatismo sigue vivo.